11 Transformaciones del conocimiento social aplicado (2000)

Lo que va de Cartagena a Ballarat

En 1959, a su llegada como Director del departamento, luego de la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia (UNC), Fals Borda desempeñó un papel activo en la profesionalización de la sociología, entre otros, gracias a la organización de reuniones científicas nacionales y regionales en América Latina. Con colegas de la UNC, fundó la Asociación Colombiana de Sociología en abril de 1962. Esta asociación coordinó la organización del VII Congreso Latinoamericano de Sociología, en julio de 1964, y de los dos primeros Congresos Nacionales de Sociología en Bogotá en 1963 y 1967. Posteriormente, Fals Borda se involucra particularmente en el desarrollo de una red de investigadores internacionales sobre el tema de la investigación-acción participativa. Desempeñó un papel de liderazgo en la organización del primer Congreso Mundial de la red de investigación-acción participativa que se celebró en Cartagena (Colombia) en 1977 y que reunió a delegados de 17 países en el cual presentó una conferencia titulada “El problema de cómo investigar la realidad para transformarla por la praxis” (Fals Borda, 1978). Este Congreso tuvo el efecto de acelerar la difusión y la práctica de la investigación-acción participativa a escala internacional. Posteriormente se celebraron otras reuniones internacionales en Ljubljana (Yugoslavia en ese momento y en la actual Eslovenia) en 1979, en Calgary (Canadá) en 1989 y en Managua (Nicaragua) en 1989. Las ediciones del Congreso Mundial de La investigación participativa se reanudaron en Brisbane, Australia, en 1990 y 1992, luego en Bath, Inglaterra en 1994. Para conmemorar el 20 aniversario del primer Congreso, la siguiente edición tuvo lugar en Cartagena en 1997. Esta edición y las siguientes son organizadas en colaboración con la asociación australiana ALARA (Action Learning, Action Research Association), incluida la de 2000 en Ballarat en Australia, que se analiza en este texto.

En este texto, Fals Borda hace balance del Congreso de Ballarat y del progreso realizado desde el Congreso anterior que había coordinado tres años antes en Cartagena. Con el título « Convergencia participativa en conocimiento, espacio y tiempo », este Congreso dio origen a un trabajo publicado por Fals Borda al año siguiente bajo el título “Participación popular. Desafíos para el futuro” (Fals Borda, 1998). Este texto ofrece la ventaja de sumergirnos en el programa y las discusiones del Congreso de Ballarat. También da testimonio de las capacidades de síntesis de Fals borda, que resume los logros y los puntos ciegos al observar de manera no complaciente el trabajo en el campo. Su síntesis muestra la internacionalización de la investigación de acción participativa, así como sus especificidades regionales.

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Ballarat, en el Estado de Victoria, es la ciudad símbolo de la identidad australiana histórica. Allí, en medio de bosques de eucaliptos poblados por koalas y canguros, tuvo lugar en diciembre de 1854 la primera y única revolución en la historia del continente austral. Fue una corta asonada de mineros del oro que querían mejores condiciones de vida y que luchaban por eliminar impuestos abusivos decretados por autoridades corruptas[1].

Sofocados a sangre y fuego, como era de esperarse, los mineros lograron de todos modos sembrar en los socavones y en la región de Victoria la semilla radical del socialismo que algunos de ellos habían traído de la Europa agitada de 1848 y como Cartistas. En el humilde pueblo de entonces ondeó durante los días de la revuelta, por primera vez en todo el Imperio Británico, una bandera distinta de la inglesa. Bordada por las mujeres de Ballarat, el bello estandarte de la Cruz del Sur con sus cinco estrellas aparece hoy, en su propio cuartel, dentro de la bandera oficial de Australia. También es el distintivo de la Universidad de Ballarat, donde me honraron nombrándome Profesor Visitante durante el mes de septiembre, cuando se realizaba el 9º Congreso Mundial de IAP (Investigación-Acción Participativa) y 5º de la asociación australiana correspondiente (del 10 al 13 del mismo mes, año 2000).

Lecciones sobre horizontalidad

Una vez inaugurada formalmente la reunión por autoridades estatales y universitarias, el primer número del programa fue recordar el tránsito desde el último Congreso (el 4/8) en Cartagena de Indias en 1997, tarea que me fue encomendada por el organizador del evento, el mundialmente conocido educador y sociólogo Stephen Kemmis. Nuestro Congreso caribeño resultó tres veces más grande y más complejo en temas y actividades culturales que el de Ballarat; pero de partida se observó que el de Australia (el 5/9) había nacido con un profundo sentido de continuidad con el anterior. Así se había destacado en todos los materiales de convocatoria. Hubo, sí, un mayor número de conferencias plenarias, sumamente bien atendidas, en las que se expusieron asuntos de gran interés de los que aquí trataré de resumir los principales argumentos.

Evolución del ethos de incertidumbre

El evento, en general, me produjo sorpresas que pueden tomarse como lecciones sobre el curso que autónomamente toman las ideas. La primera sorpresa provino de la evolución del sentimiento de la reunión al pasar del ethos de incertidumbre que se percibió en Cartagena a un ambiente de optimismo y de afirmación crítica para las tareas que nos convocaban. La reunión de 1997 se vio afectada por un “bajón” de varios años creado por una crisis de afirmación y comunicación defectuosa de resultados del trabajo en participación y educación popular, así como por peligros políticos y dificultades de la investigación por hechos de violencia (dos de nuestros compañeros acababan de morir asesinados en Colombia). En contraste, en Ballarat sentimos como si estuviéramos saliendo de aquella depresión, quizás gracias al considerable aumento en la producción de los colegas de los países avanzados.  

En Ballarat hubo menos juventud que en Cartagena y más presencia de profesionales junto con académicos, editores, funcionarios oficiales, representantes de ONG’s, empresarios industriales y dirigentes comunales. Los presentes confirmamos con cierta satisfacción que la IAP ha dejado atrás los problemas de su infancia intelectual y política, y que se ha institucionalizado, como se vió, por ejemplo, en la increíble montaña de libros y revistas – la mayoría en inglés – sobre participación e investigación cualitativa que se nos ofrecieron por editores australianos y europeos en el hall del Congreso, incluso el nuevo Manual Universal de Investigación Acción, grueso volumen de 43 capítulos editado por Peter Reason y Hilary Bradbury (el Capítulo 2, de mi autoría, fue publicado en su traducción al español, por la revista Análisis Político en 1998). También se lanzó la nueva edición del magnífico Manual de Investigación Cualitativa, de Norman K. Denzin e Yvonna S. Lincoln (Estados Unidos).

Vanguardia teórica en el Norte

La publicación de tantas obras sobre la IAP producidas en los países avanzados con predominio de autores europeos y norteamericanos y en sus idiomas, me golpeó por los cambios observados en la institucionalización de nuestras escuelas desde los años 70. Caí en cuenta de que la presencia dominante que teníamos los autores y activistas del Tercer Mundo, de la cual nos ufanábamos en aquellos años y que se nos reconocía abiertamente, podía estar pasando a colegas de otras latitudes: éstos nos han alcanzado. La gran corriente contemporánea de la IAP tiene ahora dos motores combinados: uno en el Sur, que no ha cesado de trabajar y producir como lo vimos en Ballarat, y otro en el Norte con recursos más abundantes para este tipo de trabajos, donde se ha formado una nueva vanguardia teórica guiada por paradigmas abiertos (suma de saberes, holismo interdisciplinario).

La norteña vanguardia teórica ha hecho contribuciones a la IAP y a la teoría en general, en campos como la epistemología extensa, la sistemática crítica, las teorías del caos y la complejidad, y el macroanálisis. Inspirados en las tesis de H.G. Gadamer sobre “fusión de horizontes” y en los postulados sobre la “mente universal” de Gregory Bateson, el colega Peter Reason (Inglaterra) nos ha presentado una “epistemología holística o extensa” basada en participaciones equivalentes o en reciprocidades simétricas. Esta epistemología extensa se expresa en cuatro tipos de conocimiento que juegan entre sí: el vivencial (“experiential”), el práctico, el proposicional y el presentacional.

La teoría crítica de sistemas, elaborada, entre otros, por Robert L. Flood (Inglaterra), toma como punto de partida los trabajos de P. B. Checkland en los que se encuentran como elementos de trabajo: el método analítico, el área de aplicación y el marco de la acción. Ahora se añade la dinámica del conocimiento/poder con fines de transformar las narrativas de resistencia al cambio, en narrativas de liberación.

Con las tesis del caos y la complejidad, guiados por Prigogine y Maturana, han estado trabajando colegas de la “escuela escandinava” como Bjorn Gustavsen y Stephen Toulmin. Han postulado tesis sobre el “espacio epigenético” en el trabajo participativo y la conformación de una estructura de la observación semejante a la postulada por Heisenberg en la física cuántica para relaciones de indeterminación. Han introducido conceptos técnicos útiles como los de la fractalidad, la función cotidiana del azar, y el “efecto mariposa”.

Las posibilidades del empleo del macroanálisis en la IAP se han visto más claras con los trabajos institucionales de colegas como William F. Whyte (Cornell) sobre la gran cooperativa española de Mondragón, y los de Michael Cernea y Anders Rudqvist en el Banco Mundial, donde se ha promovido una “planificación participativa” a diversos niveles territoriales, llegando hasta el regional y nacional. Así se está complementando la inicial reducción a lo microsociológico que se había observado en la IAP desde sus inicios.

Articulación del postdesarrollismo

Tan marcados avances intelectuales, institucionales y materiales en el mundo pueden ser resultado de los vínculos creados por encuentros regionales y por la Internet; por el mayor sentido de camaradería que se ha formado entre nosotros a nivel mundial; y porque en el Norte un buen contingente de intelectuales empiezan a asumir, con mayor consideración, las implicaciones de las políticas desarrollistas de sus países para con el resto de la humanidad. La globalización actual está desbordando lo económico para involucrar lo espirítual y lo cultural, lo político y lo social: es en realidad un fenómeno multifactorial en el que nuestras escuelas juegan un gran papel de análisis y denuncia. Creo advertir que la IAP del Norte se afirma ante estas preocupaciones para estimular esa otra universalidad, hasta ahora medio escondida, que descarta los abusos explotadores y opresores de anteriores épocas imperialistas. Si no fuera así, sus cultores estarían denegando su propio sentido de la participación horizontal que es esencial en nuestras escuelas y formas de vida.

En consecuencia, son comprensibles las esperanzas creadas por la IAP y sus escuelas convergentes de investigación y acción sobre perspectivas constructivas, dialógicas y democráticas que cubren por igual a las sociedades atrasadas y a las avanzadas, en lo que podemos advertir nuevas y positivas propuestas para una gran política socioeconómica postdesarrollista.

Así lo sentimos todos solidariamente en Ballarat, al tomar nota del Foro Económico Mundial que se celebraba simultáneamente en la cercana ciudad de Melbourne con gran protesta popular, especialmente juvenil. Esta protesta – que se encadena con las de Seattle, Washington, Filadelfia y Praga – fue índice de la resurrección electrónica y física, a escala mundial, de anteriores movimientos radicales por la justicia económica y social, la paz y los derechos humanos que la IAP ha venido apuntalando. Es muestra decisoria contra la insensible codicia de las corporaciones. Para éstas, la historia enseña poco. Todavía hoy, después de noventa años de la patética denuncia del capitalismo salvaje en las fábricas de salchichas de exportación de Chicago, que hiciera Upton Sinclair en su narrativa social, La jungla, el mismo horripilante salvajismo con todas sus consecuencias inhumanas, se sigue extendiendo impunemente a los países periféricos.

Por eso, ante la desfachatez pontificante del magnate Bill Gates en el Foro de Melbourne, contestó allí mismo nuestra colega hindú Vandana Shiva, la defensora de los árboles y campeona de la causa de la mujer. Ello fue simbólico de una situación general de acción y rechazo sobre graves problemas mundiales y regionales, de la que no pudimos, ni podremos, excusarnos los “participativos”, así los del Norte como los del Sur.

Otros avances en Ballarat

Los avances de Ballarat sobre Cartagena fueron sustanciales. Conforman temas y problemáticas que en 1997 no se trataron o se trataron muy de paso. Hay cuatro conjuntos, en mi opinión, de tales asuntos: la educación universitaria participativa; la globalización e ideología popular; las culturas indígenas y aborígenes; y los valores sociales y vivencias de reconciliación. Por la importancia que tienen, me detendré en estos asuntos.

Educación universitaria participativa

En Ballarat se sintió una fuerte preocupación por el presente y futuro de la universidad ante el impacto de las políticas neoliberales. Hubo consenso sobre lo deletéreo que ha sido para el espíritu universitario  la tendencia a la privatización de instituciones de enseñanza superior y el cambio de la clásica relación profesor-alumno a una especie de transacción material en la que el alumno se convierte en cliente comercial.

Por supuesto, aquella relación dominada por el principio del “magister dixit” también está en crisis, en parte por culpa de profesores arrogantes, elitistas y rutinarios que no han alcanzado a entender la flexibilidad informal inducida  por  valores postmodernos, el pluralismo democrático y accesos alternos al conocimiento universal. En este contexto, mantener intactas las actuales estructuras universitarias con sus “comunidades científicas” es una tarea ciclópea: parece que no se podrán sostener, y que las “torres de marfil” están sentenciadas. Hay retos provenientes de la problemática de la realidad ambiente actual que socavan esas torres. Al mismo tiempo se rompen las clásicas es- pecialidades, creando zonas grises de contacto que no encuentran aún nichos interdisciplinarios en la concepción eurocéntrica del siglo XIX, la de facultades y departamentos según Humboldt y Fichte, cuyos intereses creados siguen dominando.

La crítica sobre este asunto en Ballarat recibió oportuno impulso con el lanzamiento allí de la segunda edición del Manual de Investigación Cualitativa, de Denzin  y Lincoln,  cuyo tercer  capítulo  escrito por Davyd J. Greenwood (Estados Unidos) y Morten Levin (Noruega) se titula, “Cómo reconstruir con la investigación acción las relaciones entre las universidades y la sociedad”.

Partiendo de la necesidad de revisar las conexiones entre teoría y práctica en el contexto actual, los autores proponen la IAP como el vehículo más adecuado para transformar las estructuras internas de la universidad, y para estimular el diálogo entre los académicos y sus contrapartes más allá de los claustros, democratizando la investigación. Rechazan las distinciones clásicas entre investigación pura y aplicada y entre la cualitativa y la cuantitativa, así como el prejuicio contra la praxis, pero sin romantizar el saber popular.

Combinando el pragmatismo de John Dewey con el humanismo de Habermas, la idea de estos autores es construir universidades nuevas en las que las conferencias magistrales se conviertan en situaciones de aprendizaje y vivencias personales basadas en la búsqueda de soluciones a problemas de la vida real, por parte de profesores y estudiantes trabajando conjuntamente. Las estructuras actuales serían menos elitistas y arrogantes, y más abiertas a otros grupos de conocedores, con menos compromisos con corporaciones y con colegiaturas académicas positivistas y cartesianas. En esta forma se espera que la universidad pueda avanzar mejor en sus funciones dentro de la era de la postmodernidad y el postdesarrollo.

En algunas universidades, notablemente en los Estados Unidos, más ágiles que sus copias entre nosotros, los departamentos ya se están convirtiendo en sistemas coherentes y flexibles de proyectos investigativos comprometidos con la realidad práctica. Empieza un nuevo tipo de extensión universitaria comprometida socialmente. Sus fórmulas principales, inspiradas en la filosofía participativa, han destacado la necesidad de derribar los actuales muros universitarios – internos y externos – para permitir la entrada de corrientes nuevas de conocimiento científico y experiencia artística creadas fuera de la institución; y para facilitar la proyección de elementos cognoscitivos y didácticos generados en la institución, que guarden pertinencia con la vida comunitaria externa. Se trata de un proceso simultáneo de implosión y explosión en ámbitos universitarios, a lo que la socióloga y educadora británica Susan Weil, siguiendo a Greenwood y Levin, se refirió con el concepto de “investigación co-generada”, esto es, la producción conjunta de conocimientos útiles para el cambio social provenientes de diversas fuentes. Este proceso de autopoiesis participativo lo ilustró con el trabajo de extensión universitaria realizado por ella y su equipo de colaboradores en la Universidad de Northampton con personal de la salud, mediante la aplicación de análisis sistémicos. La propuesta de Susan fue ampliada por los profesores Ray D. Williams y Molly Eagle con trabajos conjuntos en la defensa de cuencas fluviales y recursos naturales.

Semejante posibilidad de vinculación de la universidad con la realidad práctica externa confirmó las tesis de la IAP sobre suma de esfuerzos investigativos originados así en la academia como en el conocimiento popular, lo que obligaría a una concepción muy distinta de la universidad tradicional para convertirla en una universidad abierta, democrática y participativa. Ella puede anticiparse, si hacemos caso a los informes traídos de lugares tan apartados como Cornell University (según Peter Malvicini) y Yucatán (según Dolores Viga). Margaret Zeegers llevó también al Congreso una interesante ponencia sobre “participación periférica legítima” para referirse a lo mismo en la Universidad de Phnom Penh, Cambodia.

Uno se figuraría una universidad de este tipo como menos jerárquica formal y más simétrica que la que hemos conocido; con más trabajo en equipo y menos genios autistas, egoístas o engreídos; con mayor cercanía, colaboración y amistad entre profesores, estudiantes y trabajadores; con conjuntos interdisciplinarios flexibles enfocados a problemas concretos de la vida real; con menos especializaciones y más visión global del universo estudiado; interesada en formar personas para servir a la comunidad, no para explotarla; que trabaje con menos austeridad y más alegría y cultura; que difunda y comparta libremente lo que descubra; que resulte económico el ingreso, por contar con suficientes subsidios estatales y apoyos sociales.

Un obstáculo reconocible para este proyecto proviene de un creciente distanciamiento entre el personal académico y la burocracia administrativa en cada institución, como lo destacan Greenwood y Levin. De seguirse imponiendo el neoliberalismo, las decisiones docentes, dicentes y hasta tecnocientíficas quedarían en manos de quienes no sienten la vivencia participativa sino a través de sumadoras y negocios con corporaciones que se suponen interesadas en el fomento de la investigación. La filosofía y la historia parecen ser las primeras disciplinas en desaparecer por falta de interés y de clientes; técnicas como la informática, sin mayor profundidad humana, tienden a surgir. No se entenderían conceptos de la IAP formativos del carácter, como el de la “educación liberadora” que popularizó Paulo Freire, ni habría interés para impulsar los conocidos programas del “educador como investigador” de Stenhouse.

Así, nos estamos acercando a una crisis ética e institucional seria, sin habernos decidido a configurar estructuras y orientaciones universitarias congruentes. Según los asistentes al Congreso, ya es tiempo de irlo haciendo en todas partes. Las vanguardias de este nuevo movimiento social están apareciendo – ¡oh sorpresa! – en los medios estudiantiles radicales en pro de la justicia económica y en contra de la privatización corporativa en los Estados Unidos, tienen rabiando a más de un rector entreguista.

Globalización e ideología popular

Mohammed Anisur Rahman, economista de Bangladesh y co-autor del libro Acción y conocimiento, hizo importantes aportes en dos sentidos: 1) para desnudar (“deconstruir”) las políticas oficiales de globalización; y 2) para sistematizar elementos en la construcción de una ideología de acción popular que equilibre los efectos nocivos de la globalización. Además, nos dio el gusto de escucharle cantando, con su armonio portátil, algunos bellos poemas de estirpe social de Rabindranath Tagore, como el de “¡Ya llega el Gran Humano!”. Para el primer asunto – políticas globales – Rahman propuso definir la pobreza como una condición relativa y cultural, no expresada en la conocida “línea” estadística que tanto utilizan los planificadores. La pobreza no se “alivia” con medidas gubernamentales desarrollistas que buscan ante todo mantener la productividad material mínima de seres humanos que trabajan, como si éstos no fueran sino ganado de engorde para el matadero de la producción y el mercado.

Esta regla estadística de medición de la pobreza, ligada como política al ya viejo concepto de “necesidades básicas”, sólo se explica en el contexto de la modernidad capitalista: no se trata de un problema económico sino de uno de justicia, para lo cual habrá que tomar en cuenta no sólo el salario suficiente sino la satisfacción vital en la actividad laboral, así como el sentido de dignidad que proviene de la humanización de la economía. Lo cual tiene raíces en culturas regionales y situaciones locales que no pueden ignorarse, so pena de hundir a toda la sociedad en situaciones anómicas a la larga inconvenientes hasta para la acumulación de capital. De allí que la globalización pueda condicionarse con la conciencia opuesta de la “glocalización”, esto es, con la fuerza de lo local, lo cultural y lo social que puede expresarse con políticas de descentralización bien entendidas y ejecutadas.

En cuanto a lo segundo -ideología popular – Rahman articuló los siguientes elementos, que bien pueden servir como bases para un programa de gobierno inspirado en el socialismo humanista: 1) replanteamiento de la democracia directa como opción política, en especial la democracia participativa, sin reducirla a los ritos periódicos de votación, ampliando las funciones de control y seguimiento permanentes de los ciudadanos/as sobre los elegidos, con revocatoria efectiva de mandatos; 2) construcción de los movimientos políticos necesarios usando a la IAP como soporte orientador y metodológico y proceder desde las bases sociales hasta las cúpulas, incluyendo a las antiélites que converjan con lealtad en la lucha popular por el cambio democrático; 3) derechos humanos reconocidos y respetados, incluyendo el derecho a la protesta y el derecho a exigir participación en la plusvalía propia que los mismos pueblos generan, para alcanzar la “justicia global” sin detenerse en el “mercado global”; 4) defensa vital del medio ambiente tomando en cuenta las culturas y conocimientos locales; 5) descentralización político-administrativa con ordenamiento territorial realista y flexible; y 6) el ejercicio del papel de “mayordomos del futuro” para el mundo, que deben desempeñar organizaciones de género/mujer y de jóvenes/estudiantes, que sobresalen, junto a las antiélites críticas, como grupos estratégicos de importancia para el cambio social y político, en todas partes. Este punto se elaboró más atrás, al tratar la crisis universitaria.

En estas formas se desata una activa sinergia popular, para lo cual la IAP puede contribuir trabajando por valores humanos que desarrollen el poder popular y animen la formación de grupos cooperativos y solidarios. La educación colectiva, más autosuficiencia y menos caridad, completan esta propuesta sociopolítica.

Culturas indígenas y aborígenes

En Ballarat pasamos de una admiración pasiva de lo indígena y aborigen como en Cartagena, a un reconocimiento activo de su pertinencia y  necesidad para la sobrevivencia del mundo contemporáneo. Ello provino de las excelentes exposiciones de dos colegas muy distintos: Mundawuy Yunupingu, del grupo musical Yothu-Yindi (que significa la reciprocidad “criatura-madre”), líder aborigen proclamado como “Australiano del año” en 1992 (cuando precisamente en su pueblo nativo de Yirrkala me hicieron hijo de su Clan del Cocodrilo). Y Martin von Hildebrand, compatriota colombiano fundador del COAMA (Coalición Amazónica) que recibió el año pasado en Suecia el Premio Nobel Alternativo por trabajos con los indígenas amazónicos.

De Mundawuy recogimos la importancia de la negociación y el diálogo intercultural para asegurar un “nuevo amanecer” en la reconstrucción social por la paz y la justicia, en lo que se sumó a la gran campaña nacional australiana de la reconciliación. No es posible seguir en la vía autodestructiva de la negación del Otro y del desprecio a prácticas diferentes, sin tratar de entenderlas antes. Las formas del conocimiento y del arte aborigen pueden articularse a las del mundo “civilizado” y académico, de tal manera que se traigan al presente prácticas originales de ocupación del territorio y de pensamiento propio que son absolutamente funcionales, incluso para el bienestar general. Además, se necesita recobrar el sofisticado conocimiento tecnológico que aquellas comunidades desarrollaron en sus mejores días.

De Martin escuchamos las formas como los indígenas reconocen su compromiso para con la sociedad nacional y para con la región tropical de la que forman parte. Desarrollar sus propios modelos de asimilación técnica y avance socioeconómico en las circunstancias que las culturas dominantes imponen, tal como lo han venido haciendo los indios, con éxito, desde la Conquista española. Habrá que tener menos actitudes misioneras con ellos, de parte de los dominadores, e inventar técnicas mestizas o híbridas que combinen lo útil para ambos mundos, como los bellos y exactos mapas culturales que han hecho para identificar y defender sus territorios. En especial, hay que apreciar todo lo concerniente a la conservación de la selva húmeda y sus riquezas, a la ocupación de la tierra sin conflictos con los no-indígenas, y al empleo de la intuición y lo espiritual (“esotérico”) para la comprensión de la vida en sus diversas expresiones.

Valores sociales y vivencias de reconciliación

El reconocimiento de valores aborígenes e indígenas hizo muy real la urgencia de la reconciliación y de la paz para el progreso general, así en Australia, donde los primeros han sido casi exterminados, como en Colombia, donde impera una práctica de la violencia que es múltiple, compleja y generacional. A estos países se sumaron Sur Africa y Tailandia cuyos delegados al Congreso (Manoco Seerane y Alphom Chuaprapaiasilp, respectivamente) dieron testimonios devastadores – y también llenos de promesa – sobre sus respectivas situaciones. De esta manera al concepto de vivencia personal (“Erfahrung”) se añadió una dimensión colectiva.

La idea de reconciliación como expresión vivencial se extiende a todos lo grupos y clases sociales: por ejemplo, se necesita entre naciones divididas como las dos Coreas (cuyo ejemplo de unificación para los juegos olímpicos fue notable), las de la antigua Gran Colombia, y las africanas que sufren todavía de las dentelladas de los imperios coloniales. Se necesita la comprensión entre etnias, sectas, ricos desarrollados y pobres subdesarrollados; entre viejos y jóvenes, y mucho más. Las diferencias pueden tenderse y tolerarse en aras de un mundo mejor, según las presentaciones que hicieron Margaret Ross (Australia) sobre las funciones de las artes, Ritha Ramphal (Sur Africa) y Riza Primahendra (Indonesia).

El coro de denuncias, protestas y lamentos fue severo. La reconstrucción de valores alrededor de un nuevo ethos, más positivo que el de incertidumbre sentido en Cartagena, se vio posible de alcanzar con el aporte de metodologías participativas que son congruentes con estos ideales y potencialmente eficaces para la reconstrucción social y el conocimiento útil.

Continuidades en Ballarat

Hubo continuidad con Cartagena en los esfuerzos para estimular la convergencia disciplinaria. En efecto, se escucharon excelentes aportes provenientes de la sociología, la economía, la antropología, la ingeniería, las artes y la educación. Fue sensible la ausencia de historiadores y filósofos, aunque muchos no dejamos de citarlos o sentir su gran influencia. En compensación parcial de esta carencia, Marja Liisa Swantz (Finlandia) hizo un recuento de los orígenes de la IAP en Tanzania desde los años 70.

La convergencia de nuestras corrientes socio-investigativas, también estimulada en Cartagena cuando se contaron 32, tuvo desarrollos nuevos. En Ballarat hubo un intercambio libre en el uso de los acronímicos IAP, IP e IA. La escuela de Sussex, mundialmente conocida por la PRA (Participación-Reflexión-Acción) y la de Educación-Acción se asimilaron a la IAP, llevando en su cortejo a los colegas de Gestión de Procesos y Administración, lo cual hizo también reducir el nombre de la Asociación ALARPM de Australia a sólo ALAR (Educación-Acción e Investigación-Acción). De modo que, en conclusión, puede decirse que se consolidó la “Familia Participativa” (IAP) para fusionarnos en un número menor de corrientes disparejas, tal como se había propuesto desde Cartagena. Estos hechos pueden ser interpretados como pasos hacia una más madura postura profesional tanto dentro como fuera de las universidades.

El equilibrio entre teoría y práctica que se ensayó en Cartagena resultó formalmente más débil en Ballarat: hubo más práctica que teoría, aunque las presentaciones de plenaria fueron invariablemente bien articuladas desde el punto de vista conceptual. No hubo grandes elaboraciones teóricas, con excepción de la esclarecedora exposición de Flood sobre sistemas, y la de Rahman sobre resistencias a la globalización, que quedaron señaladas. Pero hubo ponencias específicas muy buenas que lograron vincular las prácticas de sus autores con teorías emergentes de alcance medio, como las de Stephen Kemmis (Australia) sobre liderazgo de servicio; la de Ro- bert Chambers (Inglaterra) sobre impotencia social; la de Timothy Pyrch (Canada) sobre dificultades del desarrollismo en Ucrania; la de Susan Weil (Inglaterra) sobre educación polifónica; y la de Yvonna S. Lincoln (Estados Unidos) sobre “misión de servicio” en instituciones universitarias. Estos son procedimientos serios hacia una construcción responsable de teorías y conceptos vinculados a realidades regionales que necesitan ser mejor entendidas.

Silencios en Ballarat

Con toda la riqueza de sus 168 ponencias provenientes de 32 países, y 20 exposiciones plenarias, hubo en Ballarat algunos silencios sobre problemas o aspectos del trabajo participativo contemporáneo que bien merecen tratamiento. No quiero dar a entender ninguna malicia al respecto: el Comité Organizador conformado, entre otros, por colegas dedicados como Ortrun Zuber-Skerrit, Yoland Wadsworth, Colin Henry y Ron Passfield, hizo un excelente trabajo motivador y responsable. Los silencios a que aludo se refieren a la falta de discusión (y ponencias) sobre: políticas estatales y partidistas, en especial sobre movimientos sociales; la búsqueda de paradigmas científicos alternos; la recuperación histórica (a pesar de la sensacional aparición reciente en Australia de la contrahistoria Why Weren’t We Told? [¿Por qué no se nos dijo?] del historiador y profesor de la Universidad de Tasmania, Henry Reynolds, libro que corrige extendidos mitos regionales); y la cooptación y mal uso generalizado del concepto de participación.

Cuando se presentó el último informe del Banco Mundial sobre Desa rrollo del Mundo 2000, se supo que suprincipal coordinador, Ravi Kanbur, habíar enunciado por de sacuerdos en el empleo de prioridades conceptuales. En los días siguientes, un grupo de delegados protestamos por el desconocimiento de última hora por parte de la dirección del Banco Mundial – aparentemente por indicaciones del Departamento del Tesoro de Estados Unidos -, de la prioridad que el grupo universal de consulta, coordinado por Kanbur, tras laborioso trabajo, le había dado al concepto de “poder” (“empowerment”) por encima del de “crecimiento” (“growth”). En la publicación final estos dos conceptos aparecen trastocados (con la adición consensual del de “seguridad”), con los ajustes respectivos de redacción.

Siendo que dicho Banco no sólo había reconocido la importancia de la participación popular y del “empoderamiento” en previos documentos y decisiones, sino que había enviado una representación autorizada al Congreso Mundial de IAP en Cartagena, aquel ajuste conceptual de última hora tuvo visos de una manipulación inaceptable por parte de terceros. La cooptación de nuestras ideas como la del poder popular y la asimilación de nuestros ideales como el de la participación, que han ido poco a poco barriendo obstáculos a partir de las cúpulas de la sociedad desde hace años, no puede seguirse prestando para tales abusos.

Los consejos de Robin McTaggart (Australia) sobre “participación como ética” resultaron por ello oportunos y convenientes en el Congreso. Ser facilistas en este sentido, y no respetar el trabajo serio y responsable que se ha venido haciendo por muchos colegas en todo el mundo sobre lo que consideramos “participación auténtica”, como lo explicó McTaggart, puede llevar al descrédito de lo ya alcanzado en este campo, dentro y fuera de la universidad así en el Norte como en el Sur. La reciente publicación por la Universidad de Manchester de un libro titulado Participation: A New Tyranny? (editado por B. Cooke y U. Kothari) es sintomática de la preocupación existente al respecto.

Por eso, para terminar, algunos de nosotros propusimos que este delicado tema de la cooptación del concepto de participación sea motivo de autoinvestigación y autocrítica, como lo sugirió Gaventa, y además que sea formalmente incluído en el próximo Congreso Mundial de IAP en el año 2003, el décimo de la serie, para cuya sede se postuló a Sur Africa.


  1. El autor agradece la contribución de los colegas del IEPRI que en el Seminario Interno (“Gólgota”) hicieron valiosas críticas y sugerencias que mejoraron sustancialmente el texto, especialmente a William Ramírez, María Emma Wills, Luis Alberto Restrepo, Javier Guerrero y Fernando Cubides.

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