9 Romper el monopolio del conocimiento (1988)

Situación actual y perspectivas de la Investigación-Acción Participativa en el mundo

Este texto es una primera versión del capítulo tres del libro Action and Knowledge-Breaking the Monopoly with Participatory Action-Research publicado bajo la dirección de Orlando Fals-Borda y Mohammad Anisur Rahman, que aparecerá en 1991 (Nueva York: Apex Press & Londres: Asociación de Tecnología Intermedia). Este último es un economista de Bangladesh que trabajó en la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra, donde coordinaba el Programa de Iniciativas Participativas y Pobreza Rural. Esta publicación, construida en torno a la presentación de seis estudios de caso de investigación de acción participativa (seis vivencias), es parte de una crítica de las políticas de desarrollo implementadas por las organizaciones internacionales. Su objetivo es sistematizar las lecciones de 20 años de implementación de investigación de acción participativa en varias regiones del mundo, tanto en el Norte global como en el Sur, y la manera como éstas contribuyen a repensar la dinámica política regional y construir controles y equilibrios que empoderen a los ciudadanos a nivel local. En el prefacio de este trabajo, los autores adhieren a las tradiciones cartistas, utópicas y a los movimientos sociales del siglo XIX que fomentaron un “compromiso radical que va más allá de las fronteras habituales de las instituciones”. El Capítulo 3 de este libro se titula “A Self-Review of PAR” y está escrito por Orlando Fals Borda y Muhammad Anisur Rahman.

En este texto, Fals Borda y Rahman presentan los orígenes y las influencias teóricas de la investigación de acción participativa, y exponen el estado de la situación con respecto a varios temas. En particular describen la IAP como un proceso de reflexión sobre los vínculos entre las relaciones sociales y los diversos conocimientos producidos (o apartados) y de transformación de las relaciones desiguales de producción de conocimiento que perpetúan las relaciones de dominación. Los modos dominantes de producción y reconocimiento del conocimiento se identifican aquí como un mecanismo central para la reproducción de la dependencia y la sumisión de los grupos sociales oprimidos:

[Para] dominar a las personas, hacerlas dependientes y sumisas, a la espera de liderazgo e iniciativa (ya sea a favor de lo que se llama “desarrollo” o cambio social), el arma decisiva en manos de las élites ha sido la supuesta autoridad del conocimiento formal sobre el conocimiento popular.

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Este estudio es una traducción por el profesor Howard Rochester en la introducción al libro, Breaking the Monopoly of Knowledge: Recent Views of Participatory-Action Research, en proceso de publicación en Londres, que recoge contribuciones de varios autores sobre experiencias de la IAP y sus análisis teóricos realizados en América Latina, Asia, África, Oceanía y Norteamérica. Fue escrito por Fals Borda en compañía de Mohammed Anisur Rahman.

Puntos de partida

Hace casi veinte años se hicieron en varios países del Tercer Mundo las primeras tentativas de lo que hoy se llama Investigación-Acción Participativa, IAP[1]. Quienes tuvimos en los primeros años de los 70 el privilegio de tomar parte en esta vivencia[2] cultural, política y científica tratamos de actuar ante la terrible situación de nuestras sociedades, la excesiva especialización y vacuidad de la vida académica, y las prácticas sectarias y verticales de un gran sector de la izquierda revolucionaria. Pensamos que eran necesarias y urgentes unas transformaciones radicales en la sociedad y en el uso de los conocimientos científicos, los cuales, por lo general, se habían quedado en la época newtoniana. Para empezar, nos decidimos a buscar soluciones dedicándonos al estudio activo de la situación de las gentes que habían sido las víctimas principales de los sistemas dominantes y de las llamadas “políticas de desarrollo”: es decir, las comunidades pobres en áreas rurales.

Hasta el año de 1977, aproximadamente, nuestro trabajo inicial se caracterizó por esta tendencia activista y un tanto antiprofesional (abandonando algunos nuestros cargos universitarios); de ahí la importancia dada a técnicas innovadoras de investigación en el terreno, tales como la “intervención social” y la “investigación militante” que contempla una organización de partido político. Además, aplicamos la “concientización” de Paulo Freire, como también el “compromiso” y la “inserción” en el proceso social. Encontramos inspiración en el marxismo talmúdico que por entonces estaba en boga. Nuestra disposición de ánimo y nuestras lealtades se oponían en forma decidida a las instituciones establecidas (gobiernos, partidos políticos tradicionales, iglesias, la universidad anquilosada), de tal modo que se pueden considerar aquellos años más que todo como la fase iconoclasta de nuestros trabajos. No obstante, asomaron ciertas constantes que habían de acompañarnos a lo largo de los períodos subsiguientes hasta hoy; entre ellas están el énfasis en puntos de vista holísticos (integrados) y en métodos cualitativos de análisis.

El activismo y el dogmatismo de ese primer período fueron reemplazados por la reflexión, sin que perdiéramos nuestro impulso en el trabajo de campo. Esta búsqueda del equilibrio se evidenció de manera notable en el Simposio Mundial sobre Investigación-Acción celebrado en Cartagena, Colombia, en abril de 1977, con el auspicio de Instituciones Democráticas de Apoyo Popular (IDAP) colombianas[3] y algunas entidades ONG nacionales e internacionales. Además de Marx, se destacó en ese encuentro, lo mismo que en posteriores ocasiones similares, a Antonio Gramsci como importante guía técnico.

De Gramsci tomamos, entre otros elementos, su categoría del “intelectual orgánico”, por la cual aprendimos a reinterpretar la teoría leninista de la vanguardia. Comprendimos que para que los agentes externos se incorporasen en una vanguardia orgánica deberían establecer con el pueblo una relación horizontal -una relación verdaderamente dialógica sin presunción de tener una “conciencia avanzada”-, involucrarse en las luchas populares y estar dispuestos a modificar las propias concepciones ideológicas mediante una interacción con esas luchas; además, tales líderes orgánicos deberían estar dispuestos a rendir cuentas a los grupos de base en formas genuinamente democráticas y participativas.

No es nuevo, claro está, el interés en una participación social, política y económica como elemento de la democracia. Ya Adam Smith en su definición de “equidad” hablaba de la “participación en el sentido de compartir el producto del trabajo social”. Esta definición, complementada luego por ideas de P. J. Proudhon y J. S. Mill y por ensayos escritos por Tolstoi y el príncipe Kropotkin, nos permite ver las crasas deficiencias ideológicas de los teóricos liberales, las de las burocracias internacionales de guantes profilácticos, y las de los despóticos hombres de Estado contemporáneos que se atreven a designar sus movilizaciones y políticas represivas como “participativas”. Pero nosotros no podíamos contentarnos con proponer solamente una participación equitativa en el producto social, si el básico poder original para crear ese producto, es decir, ejercer la iniciativa no fuera compartido también en forma equitativa. Todo lo cual imponía la necesidad lógica de definir cada vez qué se quería decir con el concepto central de participación y con sus elementos concomitantes, y en cuáles contextos.

Por consiguiente, durante este período de autorreflexión descubrimos la necesidad de la transparencia en nuestras exposiciones y en nuestros actos. Insistimos en ella en toda proposición teórica sobre participación, democracia y pluralismo. Estas tesis orientaron nuestras labores posteriores. Empezamos a comprender que la IAP no era tan solo una metodología de investigación con el fin de desarrollar modelos simétricos, sujeto/sujeto, y contraopresivos de la vida social, económica y política, sino también una expresión del activismo social. Llevaba implícito un compromiso ideológico para contribuir a la praxis (colectiva) del pueblo. Resultó ésta ser también, desde luego, la praxis de los propios activistas (los investigadores de la IAP), toda vez que la vida de cada persona es, de manera formal o informal, una suerte de praxis. Pero el apoyo a los colectivos populares y a su praxis sistemática llegó a ser, como lo es todavía, un objetivo principal de la IAP, hasta el punto de proponernos crear una orientación interdisciplinaria denominada “praxiología”, o sea “la ciencia de la praxis” (Cf. O’Connor 1987: 13).

El traducir tales ideas a la práctica y viceversa llegó a ser la tarea de varios colegas en muchas partes del mundo: el grupo Bhoomi Sena de la India; los finados Andrew Pearse (Inglaterra-Colombia) y Anton de Schutter (Holanda-México); Gustavo Esteva, Rodolfo Stavenhagen, Lourdes Arizpe, Luis Lopezllera en México; Vandana Shiva, Walter Fernandes, Rajesh Tandon, S.D. Sheth, Dutta Savle en la India; S. Tilakahatna y P. Wignaraja en Sri Lanka; Yash Tandon en Uganda; Kemal Mustafa en Tanzania; Marja Liisa Swantz en Finlandia; Guy LeBoterf en Nicaragua y Francia; Ton de Wit, Vera Gianotten en Perú; Joáo Bosco Pinto, Joáo Francisco de Souza, Carlos Rodrigues Brandáo, Hugo Lovisolo en el Brasil; Gustavo de Roux, Álvaro Velasco, John Jairo Cárdenas, Ernesto Parra, Augusto Libreros, Guillermo Hoyos, Víctor Negrete, Marco R. Mejía y León Zamosc en Colombia; Harald Swedner y Anders Rudqvist en Suecia; Xavier Albó y Silvia Rivera en Bolivia; Heinz Moser y Helmut Ornauer en Alemania y Austria; Budd Hall en el Canadá; Sithembiso Nyoni en Zimbabwe; Mary Racelis en las Filipinas; John Gaven- ta, Manuel Rozental, D. G. Thompson en América del Norte; Jan de Vries y Thord Erasmie en Holanda; Francisco Vio Grossi y Marcela Gajardo en Chile; Ricardo Cetrulo en Uruguay; Isabel Hernández en la Argentina; Paul Oquist, Carlos Núñez, Raúl Leis, Oscar Lara y Malena de Montis en Centro-américa; y muchos otros (véanse bibliografías en Fals Borda 1987 y 1988). Algunas instituciones, como la Oficina Internacional del Trabajo, el Instituto de las Naciones Unidas de Investigaciones para el Desarrollo Social, el Consejo Internacional de Educación de Adultos y la Sociedad de Desarrollo Internacional, hicieron contribuciones a nuestro movimiento.

En 1982 hubo una primera presentación formal de nuestro tema en los círculos académicos durante el Décimo Congreso Mundial de Sociologia en la ciudad de México (Rahman, 1985). A consecuencia de ello y de la etapa reflexiva anterior así como del impacto de los procesos de la vida real, la IAP logró establecer hasta cierto punto su identidad, y avanzó más allá de las restringidas cuestiones comunitarias, campesinas y locales hasta los más amplios y complejos problemas urbanos, económicos y regionales. De especial interés resultaron las esperanzas y perspectivas de los movimientos sociales y políticos independientes (muy rara vez nos relacionamos con partidos políticos establecidos), movimientos que esperaban de nosotros apoyo teórico y sistemático.

Los investigadores de la IAP nos pusimos entonces a emplear el método comparativo (Nicaragua, México, Colombia: Fals Borda 1988) y a extender nuestra atención a campos como la medicina, la economía “descalza”, la planificación, la historia, la teología de la liberación, la filosofía, la antropología, la sociología y el trabajo social, agudizando esta atención a veces mediante discusiones tangenciales. Hubo mayor comprensión para ver el conocimiento también como poder; sentimos la necesidad de intercambiar información en talleres y seminarios; y descubrimos la necesidad de preparar un nuevo tipo de activistas sociales. Se ensayó la coordinación internacional entre nosotros en varios lugares (Santiago de Chile, México, Nueva Delhi, Colombo, Dar-es-Salaam, Roma) y se puso en operación un Grupo Internacional de Iniciativas de Base (IGGRI) en 1986. Hubo en años recientes una pausada clarificación de ideas y procedimientos, inclusive una discusión epistemológica sobre vínculos y fines.

Este fue, por lo mismo, un período de expansión. La IAP dio más pruebas de madurez intelectual y práctica, a medida que llegaban noticias de trabajos en el terreno y se acumulaban publicaciones en varios idiomas sobre realizaciones incuestionables en la recuperación de fincas rurales (de modo sangriento muchas veces, por desgracia), en las formas de atender la salud pública combinadas con la medicina popular, en la educación crítica más allá de la concientización, en el control de la tecnología adoptada entre los campesinos, en el estímulo de la liberación femenina, en el apoyo a la cultura popular y a la música de protesta, a actividades constructivas de la juventud, a cooperativas de pescadores, a comunidades cristianas de base, etc.

Este trabajo, naturalmente resultó tentador como alternativa para aquellas organizaciones de la sociedad civil y otras agencias que venían, hacía décadas, haciendo “proyectos de desarrollo” paralelos, especialmente en desarrollo comunitario, cooperativismo, educación vocacional y adulta y extensión agrícola, pero sin resultados convincentes. Así fue como miradas antes escépticas o desdeñosas se dirigieron cada vez más a las experiencias de la IAP. Aumentaron las críticas a las ideologías de la “modernización” y el “desarrollo” (Escobar, 1987). Se generalizó una mayor comprensión, y se abrió el camino para movimientos favorables a una posible cooptación de parte del Establecimiento, así como para una convergencia con colegas que comprendieran nuestros postulados pero hubieran tomado puntos de salida diferentes. A medida que nuestro enfoque fue adquiriendo respetabilidad, muchos funcionarios e investigadores empezaron a dar a entender que practicaban la IAP, cuando en verdad hacían cosas distintas.

Esto fue para nosotros un reto que nos incitó a puntualizar todavía más los conceptos, de modo que no hubiera confusión. Además, quisimos construir defensas contra la cooptación.

Es importante tener muy en cuenta el hecho de que este proceso de cooptación esté ahora bien desarrollado y que también una convergencia teórica y metodológica con la IAP haya avanzado, si bien algunas veces sin completa comprensión de la fusión de conceptos y procedimientos (véase más adelante). Estos signos tienen para la IAP múltiples consecuencias, de las cuales debemos ser muy conscientes quienes a ella nos dedicamos. Dejemos por el momento de pensar que hemos ganado una justificada victoria sobre los sistemas dominantes de pensamiento y de política y reconozcamos, más bien, que en esto hay peligros para la supervivencia de los ideales originarios de la IAP. Claro que estos signos llevan también a modificar nuestra visión de la IAP al colocarla en una perspectiva histórica más amplia, y mirar más allá de sus actuales contornos.

Esperamos que las últimas contribuciones sirvan para examinar constructivamente estas tendencias de modo que podamos avanzar hacia el futuro con el ánimo de reforzar nuestro propósito original y reavivar nuestras primeras decisiones críticas. No debemos arrepentirnos de nuestra iconoclasia original[4]. Y conviene, en este momento de desafio, que recordemos nosotros y recordemos a los demás, que se hace una decisión o escogencia existencial más bien permanente cuando uno decide vivir y trabajar con la IAP. Nuestro propósito no ha sido ni es el fabricar un producto terminado, hacer un fácil anteproyecto totalmente definido o proponer una panacea. Recordemos que la IAP, a la vez que hace hincapié en una rigurosa búsqueda de conocimientos, es un proceso abierto de vida y de trabajo, una vivencia, una progresiva evolución hacia una transformación total y estructural de la sociedad y de la cultura con objetivos sucesivos y parcialmente coincidentes. Es un proceso que requiere un compromiso, una postura ética, y persistencia en todos los niveles. En fin, es una filosofía de la vida en la misma medida en que es un método.

Esta escogencia o decisión filosófica, ética y metodológica es una tarea permanente. Además, debe entenderse y hacerse más general. Un investigador-activista comprometido no va a desear, ni ahora ni en el futuro, ayudar a las elites y clases oligárquicas que han acumulado poder, y conocimiento con un irresponsable espíritu de corta visión y craso egoísmo. Ellas mismas saben que han administrado mal ese conocimiento y ese poder que hubieran podido favorecer a la sociedad, la cultura y la naturaleza, porque han preferido inventar e impulsar estructuras explotadoras y opresivas. Por tanto, obviamente, una tarea principal para la IAP, ahora y en el futuro, es aumentar no sólo el poder de las gentes comunes y corrientes y de las clases subordinadas, debidamente ilustradas, sino también su control sobre el proceso de producción de conocimientos, así como del almacenamiento y uso de ellos. Todo con el fin de romper y/o transformar el actual mono polio de la ciencia y la cultura detentado por los grupos elitistas opresores (Rahman 1985, 119; cf. Hall 1978).

Cooptación y convergencia

Hoy se ven claramente los síntomas de cooptación con la Investigación-Acción Participativa. Por ejemplo, muchas universidades (varias en Europa y en Norteamérica) ofrecen ahora seminarios y talleres como sustitutos de cursos tradicionales de “ciencia aplicada” en los que se presenta, erróneamente a nuestro juicio, una separación entre la teoría y la práctica. Varios colegas han retornado a la carrera académica, incluso uno de los coautores. Prestigiosos periódicos profesionales han publicado artículos pertinentes (cf. Fals Borda 1987 en Internacional Sociology; Rahman 1987 en Evaluation Studies, donde peritos en psicología aplicada descubren de esta manera la “naturaleza intrínsecamente conservadora de la evaluación de programas”). Los congresos mundiales más recientes de sociología, sociología rural, antropología, trabajo social y americanistas han incluido discusiones y foros sobre la IAP, con extraordinaria concurrencia. Muchos gobiernos han nombrado investigadores formados en la IAP y han permitido alguna experimentación interna al respecto. Agencias de la Organización de las Naciones Unidas han reconocido esta metodología como alternativa viable, aunque es un desafío a sus establecidas prácticas de “donaciones”, “entregas de recursos” y “expertos técnicos”. Y muchas Instituciones Democráticas de Apoyo Popular (IDAP, distinto de las usuales ONG), están buscando apoyar, a través de la investigación participativa modos más decisivos de acción de grupos con el fin de superar el paternalismo que fomenta una sumisa dependencia y se constituye en estorbo para el trabajo de todos. Estas entidades han hecho frente al reto adoptando conceptos modulares, tales como “orientación participativa” o empleando adjetivos como “integrado”, “sostenible” o “autosuficiente” para describir lo que ahora llaman “desarrollo participativo”.

Desde luego, no todo lo que estas instituciones llaman “participativo” es todavía auténtico según nuestra definición ontológica, y por esta causa se ha producido mucha confusión. Por consiguiente, la filosofía particular de la IAP siempre debe ser recalcada para contrarrestar tan erróneas asimilaciones. Así, la opinión de comunidades reales involucradas en la acción, consideradas como “grupos de referencia”, debiera ser definitiva para comparar resultados y realizar evaluaciones en forma independiente de criterios estadísticos como la consistencia interna. Y ya que la utilización de la IAP en grande escala, y de los principios que abren paso al poder popular, suscita muchas veces represión por parte de los intereses creados y de los gobiernos, esta metodología puede también suministrar razones prácticas e ideológicas para organizar la autodefensa de las comunidades y la contraviolencia por la justicia. Son éstos también criterios valorativos igualmente válidos. En situaciones tan conflictivas, la prudencia, las coaliciones y el diálogo con las instituciones pueden dar buenos resultados si se obra dentro de los márgenes de tolerancia de ellas al ejercer al implícito “derecho a la subversión moral”. Los practicantes de la IAP pueden de este modo efectuar una contrapestración en las instituciones establecidas y poner en práctica la cooptación al revés.

Existen casos de convergencia intelectual de diversas escuelas hacia la investigación-acción participativa, y éstos también merecen ser mencionados. Entre ellos está la escuela de educación crítica que ha venido desarrollando nuevas teorías, tales como las de Iván Illich y Paulo Freire, muchas veces con expresiones sociales importantes (por ejemplo, “Aprendizaje Global”, en el Canadá). Otro caso de convergencia intelectual es el examen de experiencias de base emprendido por economistas a fin de “adelantar colectivamente” (Hirschman, 1984; Max-Neef, 1986), y otro, la incorporación de principios de participación en la planificación socioeconómica. Los antropólogos han revisado ciertos aspectos de la vida agrícola y acudido a una “antropología social de apoyo” que “asume la perspectiva de los grupos oprimidos en un proceso de cambio” (Colombres, 1982; Hernández, 1987). Algunos historiadores han reivindicado las “versiones populares” de los acontecimientos y tomado en cuenta a los “pueblos sin historia”. Los etnólogos se están acercando a las culturas nativas y locales con un esquema de referencia participativo, llegando así más allá de Sol Tax, C. Levi-Strauss y D. Lewis (Stavenhagen 1988; Bonfil Batalla 1981).

Así mismo, los sociólogos rurales están reavivando la orientación hacia la problemática social en su disciplina, que existió en el decenio de 1920, y de esta manera se ha producido un acercamiento a la IAP. Por eso se están revalorando aportaciones de investigadores veteranos, como T. R. Batten (“procedimiento no directional”), Irwin Sanders (“exploración social”) y Harold Kaufman (“procedimiento basado en la acción”) (Feas y Schwarzweller, 1985: xi-xxxvi). “La validez político-económica es tan importante como la validez científica”: es éste un principio heterodoxo recomendado ahora para aplicar la “investigación – acción al desarrollo comunitario” (Littrell, 1985). Este adelanto cualitativo y participativo en la sociología rural contemporánea ha resultado útil para el estudio de sistemas agrícolas, los síndromes de pobreza y hambre, el control del ambiente y el manejo de la producción agrícola vistos como una “sociología de la agricultura” más comprensiva; en tanto que otros hablan de “agricultura alternativa”, de “tecnologías alternativas” y aun de una “sociedad alternativa”.

La escuela psicosocial de Kurt Lewin, quien fue el primero en presentar en los Estados Unidos el concepto de “investigación-acción” en el decenio de 1940, está en trance evolutivo hacia ésta convergencia. Si bien el trabajo de Lewin en general expresaba preocupaciones similares a las de la IAP de hoy (teoría/práctica, el uso social de la ciencia, el lenguaje y la pertinencia de la información), sus seguidores, un poco después de su muerte, redujeron la muy amplia trascendencia de las intuiciones de Lewin, atándolas a procesos en grupos pequeños, como en la administración de una fábrica, y a cuestiones clínicas, como las atinentes a la rehabilitación de excombatientes. Ya en 1970 los implícitos dilemas experimentados por los seguidores de Lewin habían llegado a ser evidentes (Rapoport 1970); pero eso no les impidió formar la actual vertiente llamada de Desarrollo y Organización (DO) para la investigación-acción, que se ha aplicado en el trabajo comunitario, los sistemas educativos y el cambio de organizaciones. En los primeros años del decenio de 1980 se hicieron esfuerzos para usar lo que se quiso considerar como un método de “investigación-acción participativa”, y así lo designaron algunos. No obstante, hace muy poco se nos informó que el DO es unidimensional, que no alcanza a promover ningún conocimiento significativo de la sociedad, y que refuerza y perfecciona el statu quo convencional (Cooperrider y Srivasta 1987).

Los nuevos críticos del Desarrollo y Organización aconsejan dos maneras de evitar esos fracasos: 1) desarrollar una “metateoría sociorracionalista” que incluya valores éticos y una “visión de lbien”; y 2) practicar un “modo de indagación valorativa” como “manera de convivir con las diversas formas de organización social que necesitar nos estudiar, y también de participar directamente en ellas’’. Es fácil percibir que la escuela de Desarrollo-Organización, acaso como resultado de una comunicación intelectual osmótca, se ha acercado a la IAP, a la cual se la llama allí con el nuevo mote de “indagación valorativa”, en tanto que a la praxiología se la bautiza como “socio-racionalismo”. Quizá les fuera más fácil aclarar sus posturas teóricas si las aportaciones a la IAP hechas en el Tercer Mundo y otras partes fuesen tenidas seriamente en cuenta por los miembros del DO, y también por los sociólogos rurales, de manera que los paradigmas buscados por ellos pudieran al fin ser construidos.

En cuanto a nosotros los de la IAP, si bien a veces hemos tenido la tentación de creer que hemos estado desarrollando un paradigma alternativo en las ciencias sociales, nuestra actitud ahora es más cautelosa. Sí aplicamos literalmente los principios de Thomas Kuhn, no querríamos convertirnos en cancerberos autodesignados del nuevo conocimiento para dirimir sobre cuáles elementos son científicos y cuáles no. Hacer el mismo  juego de los colegas del  rutinario  ámbito universitario, el juego de superioridad intelectual y control técnico del cual nosotros desconfiamos, sería una victoria pírrica para nosotros. Acaso, según lo antes explicado y de acuerdo con Foucault, debiéramos contentarnos con sistematizaciones conceptuales sucesivas más modestas de “conocimientos subyugados” como una tarea perpetua, lo cual resulta más estimulante y más creador.[5]

El significado actual de la IAP

¿Se necesita la investigación-acción participativa hoy en nuestras sociedades tanto como se necesitaba, a nuestro juicio, hace veinte años? Dentro de las limitaciones de todo proceso natural y de los movimientos sociales que pasan por el ciclo normal de nacimiento, madurez y muerte la respuesta es sí, siempre que se comprenda que la IAP es un medio para llegar a formas más satisfactorias de sociedad y de acción emprendidas para transformar las realidades con que empezamos el ciclo. Pero debemos mirar más allá de la IAP, porque la actual etapa de cooptación y convergencia tiene necesariamente que llevarnos, como por un puente, a otra cosa distinta, algo que, siendo cualitativamente diferente, resulte todavía, a lo mejor, útil y significativo para la realización de los propósitos de la IAP. Ese algo aún no sabemos qué será, tal vez una IAP homeopoiética y enriquecida. Para verlo, tenemos que activar el desarrollo de la crisálida que salga del actual capullo.

Aceptada esta condición evolutiva, se puede decir que, a favor de una utilización continuada de la IAP, hay más argumentos hoy que los que existían en 1970. Como una vez lo escribió Walter Benjamin: subsiste el deseo de que en este planeta experimentemos algún día una civilización que haya abandonado la sangre y el horror. Creemos que la investigación-acción participativa, como procedimiento heurístico de investigación y como modo altruista de vivir, puede continuar y alentar ese deseo.

Es evidente que, en general, el mundo atraviesa aún la misma era de confusión y conflicto en que nació la IAP. Varios países caracterizados por la opresión clasista mantienen condiciones en las que grandes sectores de la población siguen privados de los bienes de la producción, de manera que al pueblo se le ha convertido en sujeto dependiente. Esto ocasiona sufrimientos materiales, siembra la indignidad humana, produce pérdida de poder para afirmar el modo propio de pensar y sentir de los pueblos, en otras palabras, causa una grave pérdida de autodeterminación. Se produce, en efecto, una degeneración de la democracia política, la que, cuando mucho, queda reducida a votaciones periódicas para escoger de entre los privilegiados unos individuos que manden sobre los demás y en esta forma perpetuar la opresión clasista. Es esto lo que sucede en la mayoría de los países denominados “democráticos” y “desarrollados”.

Durante mucho tiempo se pensó que una solución para esta situación sería provocar una revolución macrosocial encabezada por un partido vanguardista de activistas educados de la clase media, comprometidos con transformaciones radicales. Se suponía que de esta manera se redistribuirían los bienes en una forma más equitativa, se daría la debida libertad a la energía creadora del pueblo y se instauraría una democracia genuina de tipo socialista en la cual los productores directos determinasen su propio destino y el de toda la sociedad.

Hoy día se sabe que algunas revoluciones de esta índole han producido graves distorsiones. La distribución de los bienes, por cierto, se ha mejorado en esos casos, pero las nuevas élites se han apoderado de las estructuras supremas de la sociedad y gobiernan sin sentirse responsables ni obligadas a rendir cuentas al pueblo. Estas nuevas élites han faltado en la obligación de efectuar un mejoramiento sostenido de la vida material y cultural de los pueblos. En cambio, el poder del Estado ha crecido en forma fenomenal, contra la propia visión de Marx quien predijo el “marchitamiento del Estado” y, además, propuso adelantar iniciativas populares conducentes a este fin. Por fortuna, la crisis de las izquierdas ha producido reacciones positivas como Solidaridad en Polonia, reconsideraciones en Vietnam y glasnost en la Unión Soviética. Esta saludable tendencia, si continúa, podrá ser uno de los pocos puntos luminosos en la situación contemporánea que, por lo demás, sigue siendo peligrosa e inhumana.

No obstante, en sociedades de una categoría distinta, por ejemplo varios países africanos al sur del Sahara la diferenciación de clases en microniveles y la opresión clasista no son significativas; pero las estructuras directivas de la sociedad permanecen en manos de otras élites, que han asumido la tarea de “promover el desarrollo” al nivel popular. Esto ha dado por resultado el aumento del poder del Estado y el dominio de la burocracia sobre el pueblo, una burocracia por lo general corrompida e incapaz de generar verdadero progreso para la sociedad.

La IAP hasta ahora nos ha permitido estudiar esta trágica situación y obrar sobre ella, reconociendo la incidencia de las relaciones que se forman entre conocimientos diversos. Esto supera el ritual de los análisis que se hacen rutinariamente sobre la producción material, y nos ayuda a justificar la persistencia cíclica de nuestro enfoque. Como se recuerda en páginas anteriores, podemos comprender que, a fin de dominar al pueblo y hacerlo dependiente y sumiso en espera de liderazgo e iniciativa (sea para el llamado “desarrollo”, sea para el cambio social), el arma decisiva en manos de las élites ha sido la supuesta autoridad de los conocimientos formales sobre el conocimiento popular. Lo formal ha sido propiedad exclusiva de esas élites. Grupos que se han arrogado la postura de vanguardias se han servido de esos conocimientos formales como medio para hacer valer sus credenciales como conductores del pueblo hacia movilizaciones revolucionarias, así como para la reconstrucción posrevolucionaria. De igual modo, en otras sociedades, líderes provistos de sus propias credenciales educativas (y además acompañados de una cohorte de profesionales a sus órdenes) han tenido la misma presunción.

Por tanto, las relaciones desiguales de producción de conocimiento vienen a ser un factor crítico que perpetúa la dominación de una elite o clase sobre los pueblos. Esas relaciones desiguales producen nuevas formas de dominación si las antiguas no se eliminan con cuidado o previsión. Creemos y afirmamos que la IAP puede seguir siendo durante un buen tiempo un movimiento mundial dirigido y destinado a cambiar esta situación, a estimular el conocimiento popular, entendido como sabiduría y conocimientos propios, o como algo que ha de ser adquirido por la autoinvestigación del pueblo. Todo ello con el fin de que sirva de base principal de una acción popular para el cambio social y para un progreso genuino en el secular empeño de realizar la igualdad y la democracia.

Hemos esperado que, como parte de este empeño, la investigación-acción participativa se proyecte “más allá del desarrollo” y más allá de sí misma hacia una humanística reorientación de la tecnología cartesiana y de la racionalidad instrumental. Hemos tratado de hacerlo dando más importancia a la escala humana y a lo cualitativo, y desmitificando la investigación y su jerga técnica (cf. Feyerabend 1987). Así mismo, hemos trabajado para que simultáneamente la sabiduría popular y el sentido común se enriquezcan y se defiendan para el necesario progreso de las clases trabajadoras y explotadas dentro de un tipo de sociedad más justa, más productiva y más democrática (cf. Boudon 1988). El empeño nuestro ha sido tratar de combinar esos dos tipos de conocimientos, con la mira de que se inventen o se adopten técnicas apropiadas sin destruir raíces culturales particulares. Es esta una tarea esencial que nos atañe a nosotros y a muchos más, una tarea en la que el mejor y más constructivo conocimiento académico se pueda subsumir con una pertinente y congruente ciencia popular y tradicional. Los activistas de la IAP hemos venido construyendo “puentes para el reencantamiento” entre las dos tradiciones. Parece importante perseverar en esta tarea, a fin de producir una ciencia que en verdad libere un conocimiento para la vida.

Por otra parte, queda el asunto de la índole problemática del poder estatal de hoy con sus inclinaciones y expresiones violentas. Nos hemos acostumbrado a ver el centralizado Estado-nación como algo dado o natural, como un fetiche. En realidad, se ha gastado mucha energía para construir tales máquinas y estructuras de poder durante varias generaciones, desde el siglo XVI, con los nada satisfactorios resultados antes expuestos. Hoy los practicantes de nuestra metodología, así como personas de muchas otras vertientes, nos estamos dando cuenta de la necesidad de refrenar ese violento poder estatal y dar otra oportunidad a la sociedad civil, la oportunidad de recargar sus baterías y de articular y poner en acción su difusa potencia. Es éste el poder del pueblo. Se trata de un esfuerzo que se extiende de abajo hacia arriba y de las periferias a los centros, un empeño en dejar de alimentar de manera incondicional el poder derivativo del Príncipe (tengase en cuenta lo que con dramáticos resultados ocurrió hace poco en México, en Haití, en Chile, en las Filipinas). De ahí la tendencia actual a la autonomía, la independencia, la descentralización, el movimiento insurgente de las regiones y provincias, así como la reorganización de obsoletas estructuras nacionales emprendida por muchos grupos de base y por recientes movimientos culturales, étnicos, sociales y políticos y, en diferentes partes, también por las Instituciones Democráticas de Apoyo Popular, muchas de las cuales han tenido alguna relación con la IAP o han sido estimuladas por ella.

Gran parte de nuestro mundo contemporáneo (especialmente en el Occidente) se ha construido sobre una base de odio, codicia, intolerancia, patriotería, dogmatismo, autismo y conflicto. La filosofía de la IAP estimula lo dialécticamente opuesto a esas actitudes. Si el binomío sujeto/objeto ha de ser resuelto con una dialógica horizontal, como lo exige la investigación participativa, este proceso tendrá que afirmar la importancia de “el otro” y tornarnos heterólogos a todos. Respetar diferencias, escuchar voces distintas, reconocer el derecho de nuestros prójimos para vivir y dejar vivir o, como diría Michael Bakhtin, sentirlo “exotópicó”: todo esto bien puede llegar a ser un rasgo estratégico de nuestra época. Cuando nos descubrimos en las otras personas, afirmamos nuestra propia personalidad y nuestra propia cultura, y nos armonizamos con un cosmos vivificado.

Parece que estos ideales pluralistas, destructores/constructores a lo yin y el yang, van relacionados con profundos sentimientos de las masas populares en pro de la seguridad y la paz con justicia, en defensa de múltiples y valoradas maneras de vivir y a favor de una resistencia global contra la homogeneización. Se nutren con un regreso a la naturaleza en su diversidad y se fortalecen como una reacción de supervivencia ante los tipos y actos de dominación (casi siempre de temple machista) que tienen a este mundo medio destruido, culturalmente menos rico y amenazado por fuerzas mortíferas.

Si la investigación-acción participativa facilita esta tarea, de manera que ganemos una libertad sin furias y logremos una ilustración con transparencia, es posible justificar la permanencia plena de sus postulados. Será su función la de producir un enlace, en la práctica y en la teoría, con subsecuentes etapas evolutivas de la humanidad. Aquel viejo compromiso con la vida, sigue latente.

Ginebra (Suiza) y Bogotá (Colombia), agosto de 1988.

 


  1. IAP, la sigla de “Investigación-Acción Participativa”, se usa en la América Latina. PAR, o sea “Participatory Action Research”, se ha adoptado no solo en los países de habla inglesa sino también en el norte y centro de Europa; “Pesquisa Participante” en el Brasil; “Ricerca Partecipativa,” “Enquête participation”, “Recherche-action”, “Pantizipative Aktionsforchung” en otras partes del mundo. En nuestra opinión, no hay en estas denominaciones diferencias significativas; no las hay especialmente entre IAP e IP (Investigación Participativa). Pero es preferible, como en la IAP, especificar el componente de la Acción, puesto que deseamos hacer comprender que “se trata de una investigación-acción que es participativa y una investigación participativa que se funde con la acción (para transformar la realidad)” (Ralunan 1985: 108). De ahí también nuestras diferencias con la vieja línea de procedimiento de la investigación-acción propuesta por Kurt Lewin en Estados Unidos con otros propósitos y valores, movimiento que, según parece, ha llegado a un punto muerto intelectual (véase la Sección 3). Así mismo, señalamos nuestras divergencias de la limitada “intervención sociológica” de Alain Touraine y la “antropología de la acción’’ de Sol Tax y otros, escuelas qué no pasan de ira técnica del muy objetivo y algo distanciado observador participante.
  2. Vivencia es un neologismo introducido por el filósofo José Ortega y Gasset, al adoptar la palabra Erlebnis de la literatura existencialista alemana, en la primera mitad del siglo XX. En inglés rife-experience es una forma común pero aproximativa; en realidad, el concepto abarca un sentido más amplio, pues según éste una persona no llega a la realización de su ser en las actividades de su interior, en su yo, sino que la encuentra en la osmótica “condición de ser otro” que es de la naturaleza y en toda la extensión de la sociedad, así como en el proceso de aprender con el corazón, más que con el cerebro.
  3. Parece que está más de acuerdo con los hechos emplear esta sigla positiva que la corriente designación de ONG (“Organización No Gubernamental”), puesto que, por lo general, los gobiernos y las instituciones oficiales no son los referentes de tales entidades
  4. Es útil recordar las dificultades iniciales de René Descartes en la Universidad de Leíden cuando propuso su método, habiéndolo escrito no en latín sino en francés como un desafío a la rígida tradición académica, y tuvo que abandonar su puesto por ser acusado de anabaptista. Lo que los victoriosos cartesianos hicieron después con ese método es otro asunto, aunque nos interesa igualmente.
  5. Puede hacerse una lista de sistematizaciones conceptuales o proposiciones teóricas que han salido de trabajos con la IAP y sus vertientes, entre ellas las siguientes: teorías sobre la regionalidad, la dialógica (no confundirla con el reciente descubrimiento del “dialogismo” de M. Bakhtin, que se discute como elemento de la teoría del lenguaje y la comunicación), la subversión moral, el culturalismo político, la autonomía, las relaciones de producción del conocimiento, la dinámica comunicativa, la vanguardia orgánica, y los movimientos sociales. A este respecto, compárese este resultado de trabajos concretos sobre la realidad social, política, económica y cultural con las disquisiciones de Fernando Uricoechea en Análisis Político, No. 4 (mayo-agosto 1988), al reseñar la séptima edición del libro de O. Fals Borda. Ciencia propia y colonialismo intelectual: Los nuevos rumbos (Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1987) (Adición de OFB, octubre de 1988).

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