8 Casos de imitación intelectual colonialista (1968)

Este texto es parte de un conjunto de artículos y conferencias sobre el tema del colonialismo intelectual, reunidos en la colección “Ciencia propia y colonialismo intelectual” (1970b) que se volverá a publicar varias veces a partir de entonces, especialmente en 1988 cuando aparece una edición revisada titulada “Ciencia propia y colonialismo intelectual. Los nuevos rumbos.”

Originalmente publicado en Diálogos en 1969, este texto se basa en una intervención de Fals Borda durante un simposio sobre « Colaboración internacional en ciencias sociales » en la Universidad del Estado de Nueva York en marzo de 1968. Esta intervención es parte de una secuencia de intervenciones sobre un tema similar, lo que subraya la intensa actividad científica de Fals Borda sobre este tema. Anteriormente, en una conferencia titulada « Nuevas direcciones e instrucciones para Sociología”, dictada en la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia el 28 de octubre de 1965, había destacado la importancia de desarrollar una visión introspectiva sobre la cultura colombiana y de demostrar una  » autonomía creativa ». Le siguen otros trabajos como la conferencia « Ciencia propia y colonialismo intelectual », también impartida en 1968 en la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia.

Estos textos se articulan en torno a una argumentación en contra del colonialismo intelectual y a favor del desarrollo de unas ciencias sociales autónomas e independientes. Forman parte de una lucha por la independencia intelectual de los intelectuales colombianos y, en general, de los países en desarrollo. Esta lucha se apoya en la observación de la insuficiencia de ciertos conceptos y marcos teóricos forjados en las sociedades occidentales para reflejar las realidades locales de los países del Sur.

La sociedad colombiana en la década de 1960 estuvo marcada por profundos trastornos en la sociedad rural, por 20 años de conflictos sangrientos que causaron cerca de 300,000 muertes y por la presencia de movimientos sociales revolucionarios. El funcionalismo, la teoría que dominaba por entonces las ciencias sociales de América del Norte y que también se enseñó en las facultades de ciencias sociales en América Latina y América del Sur, es percibido, en este contexto revolucionario, como un marco conservador para la interpretación de la realidad, relevante para explicar el statu quo social, pero inadecuado para pensar en trastornos sociales radicales. Además, ciertos conceptos que impregnan las ciencias sociales occidentales, especialmente de origen marxista, como los de burguesía, casta, orden primitivo, frontera, República, modo de producción o incluso feudalismo, se perciben como anacrónicos. Más que un simple cambio de enfoque para interpretar la realidad, para Fals Borda se trata de desarrollar unas ciencias sociales comprometidas con un cambio social que conduzca a una mayor justicia social.

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Hasta ahora hemos enfocado aspectos teóricos del colonialismo intelectual implícitos en diversas modalidades del compromiso (el compromiso – pacto), o al hablar de manera general sobre una ciencia rebelde que res- ponde a una crisis, o de una sociología de la liberación.

Es necesario ser más específicos y señalar ejemplos concretos de colonialismo intelectual entre nosotros. El presente capítulo enfoca sumariamente el problema, relacionándolo con los científicos sociales[1]. El siguiente lo hace en cuanto a la política reformista o desarrollista que ha caracterizado la formación (y deformación) de cooperativas en América Latina.

Comencemos haciéndonos una pregunta:

¿La fuga de talentos puede realizarse sin emigrar de un país a otro? Cuando un científico que permanece en su tierra adopta como patrón de su trabajo exclusivamente aquel desarrollado en otras latitudes, sin hacer un esfuerzo crítico para declarar su independencia intelectual, puede producirse también aquel despilfarro de la inteligencia y del esfuerzo autóctonos que caracteriza al “robo internacional de cerebros”. La creatividad personal da paso entonces al servilismo y a la imitación fatua y muchas veces estéril de modelos extranjeros considerados avanzados, que sirven más para la acumulación del conocimiento en las naciones dominantes que para el entendimiento de la propia cultura y la solución de los problemas locales.

Este asunto del servilismo está muy vinculado a la práctica de colaboración entre investigadores de distinta nacionalidad y de diferentes disciplinas. Vale la pena examinar algunos aspectos aplicables a las ciencias sociales, para deducir pautas que permitan combatir el despilfarro del talento, especialmente en nuestros países latinoamericanos, que tan necesitados están de realizar el más amplio uso de sus escasos recursos humanos, económicos y tecnológicos.

Como punto de partida tomemos la tesis de que tener un compromiso social es no sólo una forma apropiada para reconstruir la sociedad, sino también un reto para crear una ciencia seria que sea propia a la vez. Esta es aquella disciplina que, al enfocar las necesidades y objetivos supremos de la sociedad local, llena también todos los requisitos académicos de acumulación del conocimiento, la formación de conceptos y la sistematización universal.

El reto de la ciencia comprometida ha, sido aceptado en toda su potencialidad creadora por científicos como Barrington Moore, Maurice Stein, Louis Wirth, Gunnar Myrdal, Arthur Vidich, Irving Horowitz y algunos otros que derivaron su inspiración de la tradición de la sociología dinámica, la sensibilidad política y el celo misionero por el cambio social, actitudes que resucitó C. Wright Mills. Estos sociólogos llenaron los requisitos exigibles en cuanto a idoneidad, pertinencia e integridad, para producir una ciencia propia y seria, poco sujeta a la fuga del talento en sus respectivas sociedades.

Cuando se aplican estos criterios a la ciencia social latinoamericana – con el contexto mundial en mente – puede descubrirse un panorama triste “que no inspira”, como dijo una vez un profesor norteamericano, porque muestra “estados de desorden” y de “confusión”. Aún más: se ha señalado el peligro de que “siga habiendo una ciencia social de segunda clase” (al sur del río Bravo) si los norteamericanos “se pliegan románticamente” a las decisiones latinoamericanas en cuanto a la selección de temas de investigación. Este asunto se relaciona con el problema de la imitación colonialista, que es otra manera de expresar la “fuga espiritual” del talento en una región dada.

Soy el primero en admitir que nosotros, los científicos sociales de América Latina, todavía tenemos mucho que aprender para llegar a ser tan respetados y hábiles como los científicos físicos o los naturalistas, y tan independientes como ellos. Comenzamos la carrera más tarde, y nuestra juventud posiblemente nos limite un poco. Sin embargo, el trabajo de muchos colegas latinoamericanos puede compararse favorablemente, desde el punto de vista técnico y desde muchos otros, con cualquier trabajo realizado por cualquier científico en cualquier parte del mundo. De hecho, ellos pueden responder con propiedad algunas de las preguntas formuladas por los colegas de otras partes, y se verá que no son tránsfugas intelectuales. Su ejemplo como profesionales creadores y originales es digno de estudio, porque puede estar indicándonos cómo combatir la fuga del talento y cómo salir de la mediocridad en que nos hallamos, especialmente aquellos que, como yo, hemos seguido rutinariamente, a veces, los modelos extranjeros “asépticos” de la ciencia no comprometida, creyendo de buena fe que estos eran los cánones más altos de la metodología de la investigación.

Sin duda es interesante descubrir que la creatividad de algunos de los mejores profesionales latinoamericanos contemporáneos va en relación inversa a su dependencia de los modelos de investigación y de los marcos conceptuales diseñados en otras partes, tales como los que se acostumbran en Norteamérica y en Europa. En otras palabras, a mayor creatividad y perspicacia en la investigación local, menor dependencia de la versión actual de la tarea intelectual que se observa en los países avanzados, y menor el impacto posible del “robo de cerebros”. Pero esta conclusión no debería sorprender a nadie, porque de hecho la ciencia social de segunda clase que se observa entre nosotros puede deberse a la cándida imitación que hemos hecho de las teorías de segunda clase y de la conceptualización estéril que se originan en los países avanzados, y que se difunden de ellos a nosotros.

Los trasplantes conceptuales de una cultura a otra, a diferencia de los injertos de órganos en el cuerpo humano, no han recibido toda la atención que merecen. Sin embargo, el principio de la aceptación o rechazo de ideas nuevas puede ir al meollo del problema de la investigación colaborativa y del servilismo científico. Naturalmente, es inevitable que las ideas y conceptos se difundan rápidamente en medios propicios, y en el mundo de hoy el compañerismo y la comunicación entre los científicos son más estrechos que nunca. Pero la experiencia nos demuestra que tal facilidad de contactos científicos y culturales puede tener efectos positivos así como negativos. La imitación simple, aparte el deseo honesto de confirmar una hipótesis, con frecuencia ha resultado ser un callejón sin salida, como puede verse en las disciplinas sociales cultivadas en la América Latina.

Por ejemplo, en la sociología y en la psicología social el trasplante del modelo del equilibrio para explicar transformaciones locales, o el de la hipótesis de la anomia como una variable dependiente automática de la urbanización, o el de la medida de actitudes n-Ach, en general, no ha tenido éxito. En antropología, los esfuerzos para aplicar el concepto de “indecisión social” a los grupos campesinos en transición, así como algunas tipologías bipolares, han resultado algo estériles. En geografía humana, el método Köppen de clasificación de climas y la búsqueda de las óptima loci no han llevado a ninguna parte. En economía, la teoría del “despegue” o take off del desarrollo no parece tener bases firmes.

Por otro lado, habrá mucho que aprender de los principios de organización social que se aplican a la “civilización selvática” y a la tecnología desarrolladas por las guerrillas del Vietnam y de otras partes; y también hay mucho que deducir de los experimentos sociales de Cuba que se llevan a cabo en gran escala, y sobre los cuales ha de existir, por lo menos, la curiosidad natural de los científicos.

Por lo tanto, aquellos que recibimos el impacto de culturas dominantes debemos ahora más que nunca tener la precaución y el buen juicio de saber adaptar, imitar o rechazar los modelos extranjeros. Debemos desarrollar un sexto sentido para descubrir esquemas y conceptos que no darían resultado; o, por lo menos, desarrollar un diseño experimental para controlar la difusión de teorías sin importancia aparente, evitando así el desperdicio posterior de recursos y de tiempo a que daría lugar la imitación colonialista, y la eventual fuga de talentos.

Así mismo, nosotros, los científicos del tercer mundo, deberíamos es forzarnos por ser verdaderos creadores, para saber usar materiales autóctonos y normas conceptuales originadas en situaciones locales. Naturalmente, el desarrollar esta capacidad autónoma de “andar solos” es una prueba final, en cualquier parte, de ciencia fecunda y provechosa, y requiere trabajo arduo, más duro aún que el que nosotros hemos podido realizar hasta ahora en la América Latina y que nos hace tan perezosamente inclinados a adoptar lo extranjero. Esta tarea exige que los científicos sociales de la AméricaLatina “lleguemos a los hechos”, nos “ensuciemos” las manos con las realidades locales y demos un mejor ejemplo de dedicación industriosa y productiva que pueda igualarse a la de los colegas de otras partes.

Algunos latinoamericanos pueden estar evitando los temas más candentes y delicados de nuestra sociedad, lo cual es un defecto porque coarta la originalidad. Pero afortunadamente esa no es la tendencia actual. No es comprensible que la colaboración en la investigación y el acercamiento interdisciplinario no puedan brindar contribuciones en este sentido, especialmente si los interesados se mueven dentro de los mismos marcos de referencia, se respetan mutuamente y se inspiran en el mismo compromiso social. Una ciencia universal más rica sería el producto natural de esta colaboración hasta cierto punto “centrípeta”. De hecho, también es tiempo de que los científicos de regiones menos desarrolladas realicemos con audacia y autonomía más estudios sobre los Estados Unidos y otras naciones avanzadas e imperialistas en etapas de superdesarrollo. Pero no para protocolizar la fuga del talento, sino para conocer mejor a los poderes dominantes, con miras al progreso y a la realización de la potencialidad de los países dominados.

Pero más que asistencia técnica unilateral lo que se está necesitando es colaboración honesta. Hay muchos profesionales de países avanzados que no solamente conocen los problemas sociales de otras partes, sino que se sienten políticamente atraídos por ellos. La colaboración con esa clase de profesionales rebeldes, que miran con simpatía los esfuerzos nacionales hacia una profunda renovación social, puede ser productiva. Se observa en esos profesionales el nacimiento de una antiélite intelectual articulada. Y la antiélite puede ser signo saludable del cambio subversivo necesario en una sociedad. Esta renovación en las academias de los países avanzados puede estarse produciendo con rapidez, y ya se expresa en movimientos de protesta social y política y en la aparición de publicaciones iconoclastas.

Así, es importante tener un sentido real del compañerismo intelectual, un compromiso firme con el cambio social necesario y un sincero afán de crear una ciencia propia y respetable, para evitar la fuga espiritual del talento, así como la emigración del científico frustrado.


  1. Estudio publicado originalmente en Diálogos (Colegio de México), No. 29, septiembre-octubre, 1969, y basado en la intervención que hice en un simposio sobre “Colaboración internacional en ciencias sociales”, realizado en la Universidad del Estado de Nueva York. Stony Brook, marzo, 1968. Cf. la conferencia que dicté en la Universidad de Columbia, Nueva York, el 2 de diciembre de 1966, bajo los auspicios del Nacla (North American Congress for Latin America), sobre “Prejuicios ideológicos de norteamericanos que nos estudian”; y otras críticas similares hechas por mí en los Estados Unidos.

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